martes, 27 de enero de 2009

LEYENDAS, CREENCIAS, MITOS

LA CALANDRIA O QUEREMICA

La Quereminca era una bella imilla cuyos encantos enamoraban a los jóvenes. Élla encendía el fuego (miná) de la pasión en éllos, para luego desdeñarlos. Desesperados, algunos de éllos se suicidaron. Pero un joven llamado Sumajkaig se sintió capaz de hacerse amar (wiñapaig) y así pareció en principio, pero pronto quereminca se cansó y comenzó a mirar a otros. Su enamorado, triste y desesperado, lloró su pena, la que se convirtió en odio y sed de venganza. Invocó a Illaepa y a todas las fuerzas ocultas para vengar su amor. Y el castigo se hizo realidad: Quereminca fue convertida en ave, tan canora como bella había sido y con un poder de imitación especial, pues imitan las queremincas el canto de todos los pájaros y todos los rumores de la selva. Cuentan los amautas que hay un yahuar Kucha en el fondo de un precipicio, cerca de una montaña. El lago es color rojo como la pasión que la imilla despertaba en los hombres. El viento llevaba hasta Quemirinca las voces de los suicidas que reclamaban su presencia pero a cada queja de amor élla responde: Hutam, hutam, istita.

LAS CATARARATAS DEL IGUAZÚ

Los saltos de agua llamados así tuvieron su origen en los amores de una hermosa india llamada Porá-sí y de Iguá, atlético joven de una tribu vecina. Como los padres de élla se opusieron a su amor, un día ambos huyeron. Perseguidos y cercados, ante el temor de que alguna flecha certera hiriera a su dulce compañera, Iguá se sacrificó arrojándose a la muerte desde una barranca. Tanto lloró de dolor Pará-sí, que con sus lágrimas se formaron las grandes cataratas que hoy conocemos.

EL CÓNDOR

Don Cóndor había bajado al valle en ocasión de unas chinganas que se celebraban con motivo de Semana Santa. En uno de los bodegones cerca de una plaza, conoció a un compadrito charlatán y pendenciero, conocido con el apodo de Chusclín.Se trataba nada menos que de un vulgar chingolo. Luego de una entretenida charla, en la que don Cóndor y el Chusclín alardeaban de hazañas y chupaderas, como fin de la charla formularon entre síuna singular apuesta: el que chupara (bebiera) más sin curarse (embriagarse), ganaría la apuesta y el perdedor pagaría el vino consumido y la vuelta para todos. Se inició la competencia: don Cóndor, de buena fe, trataba de agotar el vino de una sentada, sin advertir que Chusclín arrojaba al suelo cada sorbo.Pronto don Cóndor comenzó a sentir dolor de cabeza y para atenuarlo se ató un pañuelo a modo de vincha. Cuando advirtió el juego de Chusclín, lo apostrofó y se le fue encima. Chusclín, veterano peleador, lo esperó sereno y confiado y con un certero golpe sangró la nariz de su oponente, que sólo atinaba a defenderse. En la pelea, el pañuelo que don Cóndor tenía atado a la cabeza se le cayó y desde entonces lo lleva allí: es la golilla que lleva en su cuello.

EL CHINGOLO O CACHILO

Hace muchísimos años, era un joven arrogante, lleno de salud y energía; además era altanero: ante la menorcontrariedad, demostraba su desagrado y quería ridiculizar a su semejante de físico y menos favorecido.Cierta vez, al saber que una construcción grandiosa se transformaría en templo - él no comprendia eso de rezar, la casa de Dios y todas esas cosas - su soberbia le hizo pensar que había llegado el momento de probar su fuerza.Lleno de coraje y vanidad, exclamó:- ¡Gran cosa... de una patada lo echo todo al suelo!Y, acto seguido, forcejeó y empujó la pared hasta cumplir lo anunciado, regocijándose de su hazaña: nada menos que destruir la casa de Dios.El juez de la justicia humana, lo hizo engrillar, encarcelándolo; pero Tupá, fastidiado ante la irreverencia, fue más enérgico, puesto que al transformarlo en pequeña ave le dio la dimensión ajustada a su personalidad; por eso lleva un bonete de presidiario y, como el grillo acalambró sus piernas, se desplaza a saltitos.Arrepentido, se muestra sumiso y su sentimiento amistoso le hace anunciar un acontecimiento feliz.

DIFUNTA CORREA

Cuenta la tradición de San Juan que, antes de 1840, era gobernador D. Plácido Fernández Maradona, amigo de Pedro Correa, viejo guerrero de la independencia; hombre leal, valiente, sin tacha, respetuoso y respetado por todos.Luego de la muerte de Maradona, los azares de la política hicieron de Correa un perseguido por la policía, pese a las inmunidades que como guerrero de chacabuco se le habían otorgado.Estos hechos hicieron que varios de sus perseguidores fijaran interesados sus miradas en Diolinda, hija de Correa, de excepcional belleza, quien resistió el asedio y se casó con el elegido de su corazón, Baudillo Bustos.Pronto las montoneras de Quiroga engancharon en sus milicias a su padre y a su esposo, luego de lo cual volvió a ser asediada, para evitar lo cual una madrugada emprendió, con su hijo de meses, la marcha hacia La Rioja.En el largo camino, sedienta y extenuada, se dejó caer en la cima de un pequeño cerro. Sintiéndose morir pidió al cielo que diera vitalidad a sus pechos para que su hijo no muriese como élla, de hambre y de sed.Por éllo, cuando unos arrieros se acercaron al cerro sobre el que revoloteaban los caranchos, hallaron al bebé aún con vida, bebiendo de los pechos de su madre muerta. Lo recogieron y a élla le dieron sepultura en las proximidades del Vallecito, en la cuesta de la sierra Pie de Palo, profundamente impresionados por la tragedia.Poco tardó en conocerse la historia y hasta su humilde tumba comenzaron a acudir hombres y mujeres de todas partes, dando origen así a la devoción a la Difunta Correa. Su santuario se halla ubicado en el cementerio de Vallecitos, Departamento de Caucete, a unos 30 km de la cabecera departamental.


LA FLOR DEL CEIBO

Anahí era la india más fea de una tribu guerrera e indomable, pero tenía una bellísima voz. Su humilde choza se hallaba a orillas del Paraná. Cayó prisionera en una incursión de tribus rivales, siendo condenada a morir quemada en una hoguera, por haber matado al centinela que la custodiaba. La sentencia se cumplió, viéndose a Anahí surgiendo de entre las llamas rojizas, agitarse su cuerpo y el árbol y élla transfigurarse súbitamente. Las primeras claridades del alba alumbraron la flor del ceibo, que encarnaba el alma de la india y la de su tribu, desaparecida como tantas otras. Es la flor triste y solitaria de la veneración y en su forma viva palpita una oculta ternura. El alma de Anahí, la reina fea de la dulce voz, se anida en la flor del ceibo.


LA FLOR DE IRUPÉ

Morotí y Pitá se amaban entrañablemente. Él era fuerte y valiente y élla dulce y hermosa. Un día, mientras paseaban por la orilla del Paraná, Morotí arrojó al agua su brazalete para que Pitá lo rescatara. Así el indio se lanzó al agua pero nunca emergió. Impulsada por el hechicero de la tribu, Morotí también se sumergió buscando el cuerpo de su amado. Luego de varias horas ninguno de los dos apareció, pero al amanecer vieron los indios flotar sobre las aguas una flor extraña, en la que el hechicero reconoció a la bella Morotí en los pétalos blancos y al intrépido Pitá en los rojos.

EL HORNERO

Un bravo indígena cazador, vivía en un lugar muy apartado, con su padre. Aquél se había enamorado de la hija del cacique y, llegado a su edad juvenil debió sortear las tres pruebas de virilidad que eran tradición en su tribu.Éstas consistían en dos carreras - una a pie y otra a nado - y una prueba de ayuno, encerrado durante nueve días entre cueros y tomando tan sólo líquido. La recompensa era la mano de la hija del cacique.Él triunfó en todas las pruebas pero sus compañeros se retrasaron para rescatarlo y al hacerlo, vieron cómo se achicaba hasta convertirse en un pequeño pájaro de plumas sin brillo. En cuanto lo liberaron voló hacia lo alto de la copa de un árbol y desde allí cantó, renunciando así a la hija del cacique.Pasado un tiempo también élla se convirtió en hornero y voló hacia él.

EL LOBISÓN

Esta leyenda podría ser anterior a la llegada de los españoles, dada la existencia de otros hombres-animales en el área guaraní (p. e. el Yaguareté Abá). Está muy extendida en el litoral, especialmente en las provincias de Corrientes y Misiones.El lobisón es siempre el séptimo hijo varón seguido de una pareja,así como la séptima hija mujer seguida, será bruja.Su representación más frecuente es la de un perro negro y corpulento, de orejas desmesuradamente grandes que le cubren la cara y con las que produce un fuerte chasquido. Sus patas se parecen a pezuñas y sus ojos son fulgurantes. Su color suele ser bayo o negro, según la piel del individuo.También es común representarlo como un animal en el que se combinan las naturalezas del perro y la del cerdo.Con menor frecuencia se lo describe como aguará guazú (lobo de crin), una oveja, un cerdo o una mula.La transformación ocurre en la medianoche del viernes y, a veces, también del martes.Un tiempo antes, el hombre que padece esta enfermedad experimenta una sensación extraña y luego una acuciante necesidad que lo lleva a apartarse de sus semejantes para ganar la intimidad del monte, donde a la hora señalada se quitará la ropa y dará tres vueltas carnero, de derecha a izquierda, mientras reza un credo al revés. Se produce así la metamorfosis y sale entonces de correría, hasta que el canto del gallo lo vuelve a su condición humana. Durante esa noche los perros aúllan enloquecidos, debido a su presencia. Va a los chiqueros, gallineros y corrales, en busca de excremento, su comida preferida. También suele vérselo en cementerios, revolviendo tumbas en búsqueda de carroña. Cada tanto, balanceará esta inmunda dieta comiendo un niño no bautizado ya que parece despreciar la carne de los adultos.Si alguien lo hiere con un cuchillo, el lobisón recobrará su forma humana pero el heridor se expone así a ser muerto por el monstruo. Lo mejor es matarlo con una bala bendita. El impacto que lo mate, lo volverá así, a su apariencia humana. Si sólo lo hiere, huirá en búsqueda de su casa.El hombre que se transforma en lobisón suele ser alto, flaco, escuálido. Se lo reconoce por el tono amarillento de su rostro y su mal olor, que a veces llega a la pestilencia.Es descuidado en el vestir y tiene carácter huraño, intratable. Todos los sábados cae en cama enfermo del estómago, debido a lo que comió durante la noche anterior.

EL MAIZ

Para aplacar las iras de Tupá, cuyo culto habían olvidado sus hermanos, un indio se ofreció a ser inmolado cuando el cacique anunció que de esa manera volverían a la región la abundancia y el bienestar.Dispuesto a morir, fue enterrado en una fosa, de la que sólo sobresalía su nariz. Cuando transcurridos los días los suyos fueron a ver el lugar en que yacía, observaron con gran sorpresa que en el lugar había nacido una planta desconocida, cuyo fruto era una espiga con granos amarillos. La llamaron abatí, que en guaraní significa "nariz del indio".

EL POMBERO

El Pombero o Curahú Yará (dueño del sol) sería una modificación del Yasy Yateré, individuo de gran estatura, delgado, con sombrero y una caña en la mano.Es el más popular de los duendes guaraníes, que roba a los niños que se adentran en la selva. Indio guaicurú robusto, con vello inclusive en las palmas de las manos y en las plantas de los pies (también se lo llama Pyragüé, o pies con pelos) por lo que no se lo escucha al caminar. Silba como las aves y pía como los pollitos haciéndolo aparecer como viniendo de un lugar diferente del que realmente está. Se transforma en plantas o animales o aún se vuelve invisible para poder penetrar por el ojo de una cerradura. Ronda las casas especialmente durante la noche; como le disgusta que se lo nombre, los campesinos, al hablar de él, lo llaman Karai Pyhuré o Pyjharé-guá. Es buen amigo cuando se le obsequian huevos frescos, miel, tabaco negro y caña: protege el ganado de sus amigos y vigila el sueño. Pero es vengativo cuando alguien se olvida de dejarle sus regalos en los lugares fijados. Habita en los hornos y en las taperas.

LA QUENA

Un joven peruano, de apellido Camporeal, hijo de un español y de una india, se enamoró de una doncella descendiente de los conquistadores.Los padres españoles de la virgen peruana, entendieron que los amantes no podían llamarse esposos por la desigualdad de sus cunas. Alejado Camporeal de Lima, se le hizo saber que su prometida había dejado de amarle, enlazándose voluntariamente con un apuesto caballero. Entonces el joven rechazado, abrazó la carrera del sacerdocio. Transcurrido el tiempo, volvió a Lima, donde un día señalado en los anales del infierno, volvió encontrarse con su antigua amada: celebrando en un templo, al volverse al pueblo para decir - El Señor sea con vosotros, la mujer le respondió con su inteligente y atractiva mirada: - Tú serás conmigo. Desde aquel momento, se despertó en el pecho de Camporeal la dormida y fiera pasión. Acudió a la tentación atraído por el amor y fue perjuro a sus votos. Nunca mayor tempestad destrozó el alma de un hombre amante de la virtud. Pero él amaba a María por sobre todo; élla significaba todo lo bello y lo bueno. Vencidos, ambos se dejaron deslizar por el plano inclinado en que la fatalidad los colocara. Huyeron a las montañas y les pidieron asilo. Establecidos en una pobre e improvisada cabaña, pasaron algún tiempo gustando un amor mezclado con los remordimientos. La mano de la desgracia señaló a la muerte el apartado lugar en que habían burlado a sus perseguidores. El alma de la infortunada peruana, al abandonar la tierra, arrastró consigo la razón del más infortunado: Camporeal y él, avaro, no quiso desprenderse de su tesoro. Aquel amante dantesco sacó del lecho el helado cuerpo de María, lo colocó en el banco de tosca piedra en que élla acostumbraba sentarse, ocupó el sitio de la derecha y formó el propósito de presenciar la lenta descomposición del cadáver. Durante las fúnebres veladas que pasó con la muerte, compuso un canto, no imitado ni imitable. En cada estrofa consiguió la metamorfosis de una de las gracias de María operada por la disolución de la carne, que iba desprendiéndose gradualmente de los huesos. Luego de que el cadáver quedara reducido a blanco esqueleto, él formó con una de sus tibias, una flauta y con élla, después de sepultados los restos de María, evocaba el alma de su amante, en la noche callada y rumorosa. Eran tan desgarradores los sonidos del terrible instrumento, que los pastores de las cercanías, percibiendo los lamentos emanados de una región misteriosa, abandonaron sus humildes cabañas.La música y las palabras del canto de Camporeal son conocidas en el Perú como manchai-puito, que significa canto aterrador.


EL SACHAYOJ

Numen tutelar del bosque, de terrible fama en Santiago del Estero, territorio de su leyenda. Se lo ve a menudo por las selvas del río Salado y sobre todo en los alrededores de localidades como Toro, Pozo, Lilo Viejo, La Mesada y otras circunvecinas, donde parecen estar sus principales dominios: grandes estancias con lujosas casas solariegas y abundante hacienda y también lagunas y arroyos de aguas cristalinas.Su figura es la de un hombre cubierto de sajasta o barba del monte que carga hidromiel, lechiguana y mulitas o peludos que obsequiará a los que tengan el coraje de acercársele y aceptarlo. Otras veces se aparece como un jinete montado en una mula negra enjaezada con brillantes y plata. Se alimenta de frutas y animales silvestres.Protege a los árboles de la voracidad humana. Sus gritos remedan el seco golpe del hacha y suele atraer con éllos a los hacheros y meleros que se internan en el monte. Cruza en vertiginosa carrera las espesuras en que habita y los perros que se atreven a perseguirlo no regresan.Parte de su leyenda tiende a confundirse con la del Supay.

LA TELESITA

Requirió el capataz sus armas, y caminó por la orilla laguna. Llegaban del callejón bullentes ecos, y hasta la tranquera del corral los visionarios perros atropellábanse toreando. Nada se discernía, sin embargo, a pesar de la noche diáfana. Algunos sauces lacios sombreaban la opuesta margen, hasta donde se extendía el agua, aplanada en quietud de espejo. De súbito, varios patos domésticos que dormitaban por allí, se despertaron parpando pavores a la desaforada, cuando una sombra pasó de fuga bajo aquellos árboles, reflejándose invertidas en el bruñido azogue de la presa. Se hizo largo silencio, el hombre corrió hacia allá, y vio a la aparición, semivestida de harapos, pugnando por zafarse de los perros, y apercollándola, gritóle: _¿Sois de este mundo o del otro? La luna se arrebujó de nubes en aquel instante; sutil penumbra veló como de intento la campaña, y una carcajada estridente, larga, cromática, respondió a su reclamo. ¡Era la Telesita! Tiempo hacía que peregrinaba por los bosques tan extraña mujer. Conocida su fama y su bondad, la acogieron caritativamente; pernoctó en el galpón y al día siguiente avióse, para aparecer después a las riberas del Dulce o sobre la costa del Salado. Se llamaba Telésfora o Teresa; tenía padres y hermanos; hasta se indicaba el sitio de su cuna: Paaj - yaquitu... Pero tanto había impresionado al alma crédula de la raza su vida vagabunda y excéntrica, que comenzaron por adulterar en diminutivo de leyenda su nombre bautismal, y concluyeron después de su trágica muerte por convertir su espíritu en una especie de Dionisios femenino y sin forma, cuyo culto en la selva era como en la Grecia jubilosa, culto de guirigayes y coplas, de libaciones y danzas. Yo he visto esas ceremonias. Habíamos galopado largo trecho del monte, y a fin de que las cabalgaduras descansaran, nos detuvimos en un rancho, casi a mitad de nuestro camino. Al acercarnos, se sintió la música entre la confusa arbórbola; y columbramos después el grupo de los que en el antepatio de la choza, bailaban a la luz de la luna. Moraba allí una vieja alegre, bien conocida en el lugar, por ser la madre de dos muchachas jóvenes, zarca de ojos la una, morena de tez la otra, y ambas dispuestas siempre, lo mismo para una arunga que para un marote. Siendo sábado esa noche, estaban de fiesta... Cuando asomamos al corro, un hijo de una señora, jarifo como sus hermanas vino a ofrecerme su anacrónico chambao de aloja, a menos que prefiriese escanciar ginebra, en bote donde habían suxado ya más de veinte labios. Danzaban chacareras en aquel momento, y a son de cuerdas, el cantor decía: Si de cristales fuesen Los corazones Qué bien claras se viesen Las intenciones. Y uso los pies de la pareja, en la postrer mudanza, chisporrotearon cohetes; zahumóse el aire con el hedor de la pólvora; corvetearon caballos bajo los árboles; sonaron voces y palmoteos en la turba; y así volvió a mostrárseme el cuadro ya conocido de las orgías selváticas. No siendo carnaval, ni reyes, ni noche buena, ni otra alguna de las ocasiones clásicas, pregunté el motivo de la fiesta. - Es una promesa a la Telesita. - me bisbisó un paisano cuyo bigote en garfio adornaba las ondas comisuras de su boca sensual. Averigué quién era la Telesita, y él respondióme con laconismo reacio: - Ánima milagrosa... Como en ese instante se acercaba el ladino de la casa, él abundó en explicaciones. - Si usted quiere ganar una carrera, o sanar un enfermo, o encontrar una cosa que se le pierda... vamos: algo que usted desea le hace una promesa a la Santa. - ¿Promesa de qué? - De ponerle un baile. Era su deidad milagrosa, la pobre loca oriunda de esas breñas, santificadas por las devociones. Cuando vivió en el bosque, aparecíase hoy en una estancia, más tarde en otras de comarcas luengas. Salvaba a pie distancias fatigosas, recogiéndose a la vera de los caminos, donde asustaba muchas veces a los viajeros nocturnos, o pidiendo albergue en los ranchos, donde encontraba un chuse para dormir, un lienzo para cubrir su engurrunido seno, y para el hambre o la sed de tales jornadas: aloja, charqui, locro, amka, lo que pudiesen darle en el desmantelado chocil. Vagaba sin cesar y sin destino, llevando inoficiosamente a cuestas, sobre el pachquil de la cabeza, de un punto al otro de la selva, carga de leñas y de trastos. La acogieron primero con timidez, en seguida con piedad, al fin con cierta supersticiosa inquietud... Era su rostro bello dentro del tipo de la raza; pero la fijeza anormal de su mirada, cernía sobre su faz algo de lúgubre el alma entera náufraga en ancestrales desventuras. Y agregaba mi interlocutor: - El promesante paga las velas y los licores. Entonces preguntábale yo: -¿y qué se hace en el baile? A lo cual respondía generosamente: - Chupar y danzar y cantar... El promesante debe tomar siete copas por Ella... Cuando las velas se acaban, el baile sagrado concluye; pero quienes quieran pueden seguir. -¿Y las velas? - Ahí están- y se empinó, señalándome con el índice catorce cabos derretidos y coronados por tantas llamas lívidas que oscilaban, umbral adentro de la oscura choza, sobre una mesa adornada de randas y flores. El rito encerraba, quizás, mucho de ingenuo, mas en su espíritu era fiel a la tradición. La Telesita había sido alcoholista y aficionada a los bailes. Muchas veces desvió su rumbo al oír en la noche de las espesuras natales, el compás de los bombos. La acogían también allí; y este recuerdo debió inspirar de nuevo en medio de la selva santiagueña, los cultos dionisíacos que originaron la tragedia antigua: no faltaban ni la deidad orgiástica, ni la ronda báquica ni el ditirambo del coro, a cargo aquí de los trovadores populares: Cuando un pobre se emborracha De un rico en la compañía: La del pobre borrachera La del rico es alegría. Veíase a las claras cómo se amargaron allí las supersticiones católicas del milagro, las costumbres paganas del bosque, y la suprema intuición metafísica que adoraba al puro espíritu de la muerta sin haber caído en las formas de un subalterno fetichismo: pues a nadie se le hubiese ocurrido tallar en la madera de sus árboles la efigie de la santa. -¿Lo ve a ese mozo que está pintando cerca del violinista?- me preguntó después el del coloquio. -¿Cuál? - Ese saco blanco ... Bueno: ese mozo estaba muy mal enfermo... ; lo agarró fuerte el costado...; quince días en cama....; ya la médica dijo que no se iba a levantar... Le hicieron una promesa a la Telesita: y ahí lo tiene usté. Y como en el curso de la conversación preguntasen si ya había concluído la parte religiosa del baile, me respondieron: - No, señor. Este es más largo porque son dos promesas: la otra fue para que la Telesita hiciera encontrar un caballo de mi primo. - ¿Y lo encontraron? - Sí, es ese mala cara que está en el palenque. Seguían en el corro coplas, músicas, piruetas, contradanzas, aplausos, chundas, zapateadas, libaciones, contoneos, zarabandas y cohotes- mientras el mozo se expedía con tan fácil locuocidad, gracias a los licores que escanciara. ¿Cómo había podido esa vida tan siniestra inspirar este culto tan alegre? ... Fueron los días de la Telesita, torvas ambulaciones de neurosis concluídas en un desenlace de tragedia. Recorrió los senderos como una sombra de delirio. Lo despeinado de su breña encuadraba en hirsutos aladares el rostro lleno de inconciencia mística. Impresionaban la orfandad de su suerte, sus peregrinaciones angustiosas, la noche trágica de sus ojos, su mutismo habitual y siniestro, su castidad incólume, y la juventud que ardía como una llama lóbrega sobre su sexo ya marchito... Iba descalzo el pie, de sudores tringosa la vestidura, y raída por la hostilidad de los ramajes... Hasta que cierto día su cuerpo nómade se extinguió en un incendio de árboles, de donde su alma taumaturga surgió beatificada por el espíritu del fuego. Encaminándose por el bosque en una de sus habituales peregrinaciones murió quemada, según la tradición. Marchaba por su ruta, aquella tarde de invierno, aterida de frío, cuando vio resplandecer a lo lejos un árbol coronado de llamas. Lo incendiaron, tal vez, a designio, industriales que buscaban carbón; o casualmente propagóse alguna hoguera dejada al pie por otros viajeros de la víspera. La vagabunda se acercó para calentar sus entumecidos miembros, y una lengua de fuego, de las que abrazaban el tronco, lamió el graciento andrajo de su falda, encendiéndola de antuvión. Huyó la desventurada por la ruta, dando gritos atroces; pero el viento contrario de su fuga atizábala cual a una desvastadora tea. Llagada hasta los huesos, flameaban fuegos como alas rojas sobre sus hombros; y en su frente, voraces llamas como cabelleras de furia. Y dijérase que allí, consumida su carne por ese elemento de biblíca purificaciones, su alma desencarnada pudo expandirse mas hermosamente trágica en la infinitud de su demencia, hasta que olvidados los episodios reales de su vida, y perdurables sólo cuanto hubo en ella de extraordinario, el viejo culto de los muertos la erigiese en deidad protectora del bosque donde nació.-

EL YAGUARTÉ-YABÁ

El hombre tigre es una leyenda muy difundida en Corrientes y Misiones. Son viejos indios bautizados que de noche se vuelven tigres para comerse a sus compañeros u otras personas. Cuando les viene el mal propósito se alejan de sus semejantes y se sumergen en la oscuridad de la noche, buscando el abrigo de un matorral. Allí empiezan a revolcarse de izquierda a derecha sobre un cuero de jaguar, rezando un credo al revés, mmientras cambian de aspecto. Salen entonces de caza y, ya devorada la presa, retornan a su forma primitiva, realizando la misma operación, pero ahora en sentido inverso (de derecha a izquierda).Se lo describe como un tigre muy feroz y sanguinario, de cola corta, casi rabón o directamente, sin cola y la frente desprovista de pelos. Otras versiones lo pintan mitad hombre y mitad animal o con cuerpo de yaguareté y extremidades humanas.Se dice que es inmune a las balas, a menos que estén bendecidas. También es eficaz el machete bendecido.Según testimonios recogidos por Berta E Vidal de Battini en Corrientes, hay veces en que el yaguareté abá persigue a muchachas hermosas, raptándolas y llevándolas a su guarida, en medio del monte.

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